En el fondo, me parece que es un pleito que se da en la tramoya y que nos distrae del problema central: 50 años de ocupación israelí de la población palestina en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental y de su impacto negativo para ambas sociedades.
“¡Ay, Jerusalén…!”,
otra vez.
José Hamra Sassón
En mayo de 1994
escribí para Desde Bet-El (número 62) un artículo que se titulaba “¡Ay,
Jerusalén…!”. Señalaba sobre la
necesidad de debatir el futuro de la “Ciudad de la Paz” en el marco de las
negociaciones de ese entonces entre Israel y la OLP. Hace 22 años ya era tema pensar en Jerusalén
como una capital compartida para dos Estados.
El tiempo pasó y al menos se pueden concluir cuatro puntos indiscutibles:
(1) por diversas razones las negociaciones de paz han resultado en un sólido fracaso;
(2) el tema de Jerusalén sigue siendo central en la relación política
-incluyendo sus matices religiosos- entre Israel y Palestina; (3) la ciudad de
Jerusalén, en su contexto sociopolítico actual, está más dividida que nunca; y
(4) la falta de un acuerdo de paz sigue habilitando a la violencia entre las
partes.
La efeméride viene
a colación tras el voto de la resolución del 13 de octubre pasado en el Consejo
Ejecutivo de la UNESCO. Quien haya
tenido el interés y cuidado de leer el texto se percatará que no niega la
importancia de la Ciudad Vieja de Jerusalén ni sus murallas para el
judaísmo. El párrafo tercero es claro y
explícito al respecto[1]. El párrafo 36 se refiere en el mismo sentido
a la situación en Hebrón. No está de más
reiterar que los lazos judíos con los lugares santos en Jerusalén son
incuestionables. Eso tampoco se pone en
duda en la resolución y no es necesario un aval internacional que confirme los
vínculos identitarios y emocionales de ningún colectivo con ningún espacio real
o simbólico. No obstante, me pareció
lamentable que la resolución aprobada haya evitado la doble nomenclatura para
referirse a los lugares santos. No haber
incluido tanto los nombres reconocidos por el judaísmo como por el islam
resultó un cálculo errado por los promotores de la resolución para impulsar los
intereses de quienes propusieron el texto: llamar la atención por lo que
consideran la des-palestinización de Jerusalén oriental, entre otros
temas.
Una vez aprobada, la
discusión se desvió por completo y no se habló de lo que condena. La resolución es clara: es una denuncia
fuerte a las acciones de Israel, como fuerza de ocupación (sancionada así por
la ley internacional), a lo que consideran amenazas al patrimonio religioso,
educativo y cultural de los palestinos en Jerusalén oriental, Gaza y
Hebrón. Mi primera invitación es a leer
el texto y cuestionar a qué se debe la reprobación puntual a las situaciones
específicas que ahí se detallan. En el
caso específico de Jerusalén, alerta sobre lo que se considera el peligro que
corren los lugares santos del islam bajo las condiciones políticas impuestas
por los gobiernos de Israel. Condiciones
que incluso contravienen lo estipulado en el acuerdo de paz del Estado judío
con Jordania. La resolución, en resumen,
condena enérgicamente, con descripciones, palabras y términos -que en efecto,
resultan incómodos-, las acciones unilaterales del gobierno de Israel.
Cierto es que la
resolución in-visibiliza la presencia judía en Jerusalén ya que no es ese el
objetivo del texto, pero no la niega.
Sin embargo, la unilateralidad por parte del texto demeritó la posible
acción diplomática y, como hemos visto, abonó a los puntos de vista menos
conciliatorios. Shimón Peres afirmaba
que la paz se hace con los enemigos y que para bailar tango se
necesitan dos. Evitar mirar al otro,
no entrar en contacto, es un baile de sombra. El desmedido escándalo mediático y en las
redes sociales posterior al voto, incluida la impresentable actuación de la diplomacia
mexicana, terminó por desviar la atención de lo que ahí se condena.
Me parece
importante recordar que ningún país del mundo reconoce la anexión de 1980 de
Jerusalén oriental a la soberanía israelí.
La ley internacional, a través de la Convención de Ginebra, es
igualmente clara respecto a las fuerzas de ocupación, a las cuales prohíbe
llevar acciones unilaterales que alteren el status quo del territorio
ocupado hasta que, entre otras cosas, se suscriba un acuerdo de paz entre las
partes en conflicto.
Habría que
preguntarse también por la insistencia palestina en la UNESCO. La resolución en
cuestión no fue la primera ni será la última que emana de un órgano
internacional. Lo sucedido hasta octubre
permite entender al menos tres cosas: (1) la violencia no es el camino para
concretar las aspiraciones nacionales de los palestinos; (2) las negociaciones
con Israel, hasta el momento, tampoco. En ese sentido, (3) recurrir a
instancias internacionales le permite a la Autoridad Palestina del Mahmoud
Abbas impulsar sus intereses frente a la profundización de la ocupación
israelí. Estas acciones le permiten al
debilitado liderazgo palestino nivelar un poco el tablero frente a su
contraparte israelí, aunque sea simbólicamente.
Quizá una virtud
del deficiente texto de la resolución está en esa lectura necesaria que debe
hacerse: la unilateralidad resulta igualmente incómoda para cualquiera de tantas
partes que de alguna forma es tocada por el conflicto palestino-israelí. Y sí, en el mismo sentido, poco aporta a los
esfuerzos que buscan una vía pacífica.
Particularmente sobre Jerusalén, el consenso de un futuro acuerdo de paz
entre Israel y Palestina es claro: la ciudad sería una capital compartida de
cielos abiertos, bajo los principios de soberanía de los lugares santos
establecidos en los parámetros Clinton de 2001: los lugares judíos bajo
soberanía israelí; los musulmanes y cristianos, bajo soberanía palestina. Todos con libertad de acceso y movimiento sin
importar el credo o nacionalidad. Jerusalén,
por su alto valor simbólico, por su profundo peso espiritual, no puede ser
negada a nadie. Ese clamor se escucha en
el texto de la resolución. En este
sentido, también es congruente apuntar al triste déficit en la pluralidad judía
que rige en Jerusalén en el actual estado de las cosas.
Así, darse la
oportunidad de reflexionar sobre el contenido y contexto de la famosa resolución
de octubre obliga a preguntarse cuáles son los efectos para Israel y el
mundo judío tras 50 años de ocupación de los Territorios Palestinos. De acuerdo al legado de Itzjak Rabin, que fue
asesinado por querer asegurar un Israel democrático y judío,
en esos territorios se vislumbra el establecimiento de un Estado palestino en
Gaza, Cisjordania y Jerusalén oriental.
En la visión de Rabin, Israel dejará de ser democrático o judío sin un
Estado palestino como vecino. Desde esa
perspectiva, es necesario abrir el espacio para una discusión informada y sin
tapujos sobre temas que sin duda nos conciernen y afectan. 50 años de ocupación israelí es un jubileo
anti-climático que bien merece unos minutos de reflexión y discusión
constructiva.
[1] Cito textual del texto en su
versión en inglés: Affirming the importance of the Old City of Jerusalem and
its Walls for the three monotheistic religions, also affirming that nothing in
the current decision, which aims, inter alia, at the safeguarding of the
cultural heritage of Palestine and the distinctive character of East Jerusalem,
shall in any way affect the relevant Security Council and United Nations
resolutions and decisions on the legal status of Palestine and Jerusalem, http://unesdoc.unesco.org/images/0024/002462/246215e.pdf.
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