“Cuando uno atribuye todos los errores a los otros y se cree irreprochable, está preparando el retorno de la violencia, revestida de un vocabulario nuevo, adaptada a unas circunstancias inéditas. Comprender al enemigo quiere decir también descubrir en qué nos parecemos a él.” – Tzvetan Todorov


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martes, 14 de agosto de 2007

Alcances y Límites de la Desconexión - Diciembre 2005

En la última semana me hicieron un comentario verbal sobre el "cambio" que había experimentado Ariel Sharon en sus últimos meses de vida política. Ese cambio que se percibió a raíz de la desconexión de Gaza, no fue más que eso, una percepción.

A continuación presento un artículo que publiqué en diciembre de 2005 en la revista Bien Común No. 132, de la Fundación Rafael Preciado. En él planteo, entre otras cosas, las razones que "obligaron" a Sharon para tomar la decisión de retirar al ejército de Israel y desmantelar las colonias judías de la Franja de Gaza.

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Alcances y Límites de la Desconexión

Por José Hamra Sassón*

La desconexión israelí de Gaza y parte de Cisjordania fue calificada en su momento como un hecho histórico. El operativo inició el pasado 15 de agosto y concluyó, contra todos los pronósticos, tan sólo una semana después e implicó la evacuación de 8,500 colonos judíos de los 21 asentamientos de la franja de Gaza y de otros 1,000 de cuatro al norte de Cisjordania[1]. Israel desmanteló por primera vez en la historia del conflicto con Palestina asentamientos y bases militares de tierras reclamadas por los palestinos para establecer su Estado independiente. Además de histórico, el plan de desconexión resultó sorprendente ya que quien encabezó la decisión fue el primer ministro Ariel Sharon, el padre del proyecto de colonización en los territorios ocupados tras la guerra de 1967.

Pero también es cierto que la desconexión era inevitable. El propio Sharon no pudo haber sido más claro en su mensaje con el que puso en marcha el operativo: “No podemos controlar Gaza para siempre. Más de un millón de palestinos viven ahí y duplican su número en cada generación, viviendo hacinados en los campos de refugiados, empobrecidos y escuálidos, en invernaderos de odio sin esperanza”[2]. Palabras que finalmente calaron en la sociedad israelí después de 38 años de ocupación, dos intifadas y miles de muertos en ambos lados. Y si bien la desconexión fue una vuelta de tuerca necesaria para resolver el conflicto entre palestinos e israelíes, también es cierto que por sí sola es insuficiente para reavivar las esperanzas de paz. A final de cuentas, el proyecto que lanzó públicamente Sharon en diciembre de 2003[3] es una medida unilateral, cuyo eje es una decisión regida por la fuerza de la imposición y no la negociación. La desconexión fue un fin en sí mismo y no forma parte de una visión estratégica que derive en resolver el conflicto palestino-israelí. Más aún, la desconexión fue una “jugada genial” que permitió a Sharon evadir una serie de presiones internas y externas que ponían en riesgo su futuro político.

En este sentido, con el planteamiento que hizo de la salida unilateral de Gaza el primer ministro israelí desvió la atención de las críticas en torno al llamado muro de seguridad que se construye en Cisjordania. Su levantamiento inició en 2002 después de una serie de sangrientos atentados suicidas en territorio israelí. El proyecto ha sido efectivo para reducir hasta en 90% los ataques terroristas en Israel, pero también ha tenido graves consecuencias para la población palestina. Manipulando los argumentos sobre seguridad, el trazo del muro ha separado a miles de palestinos de sus tierras de cultivo e incluso de escuelas y hospitales, anexando de facto a Israel 8% del territorio de Cisjordania y entorpeciendo la libertad de movimiento de su población. Los críticos del muro, que se construye en buena medida sobre tierra palestina, han señalado que en el fondo se trata de un recurso para que el gobierno de Sharon logre un mayor control israelí sobre Cisjordania. La propia Corte Penal de la Haya determinó en julio de 2004 que la construcción del muro violaba la ley internacional y demandó poner fin a su construcción, así como derribar las secciones existentes. Con la atención desviada a la retirada israelí de Gaza, la presión internacional sobre el muro y sus consecuencias pasaron a segundo término. En ese mismo sentido, el plan de desconexión de Gaza quitó presión internacional sobre el asedio militar israelí contra el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Yasser Arafat, quien desde 2002 se encontraba recluido en sus cuarteles de Ramallah.

Respecto al gobierno de Estados Unidos, el proyecto unilateral presentado por Sharon fue decisivo para que la presión que comenzaba a ejercer el gobierno de George W. Bush respecto al cumplimiento de la Hoja de Ruta del llamado Cuarteto[4] se concentrara prácticamente en las exigencias a la Autoridad Palestina de poner fin a los ataques contra Israel. La decisión de Sharon hizo que las demandas a Israel de frenar la política de colonización en los territorios palestinos ocupados se diluyeran. Finalmente, la retirada de Gaza y el norte de Cisjordania implicaba desmantelar asentamientos, con lo que el gobierno de Israel fue eximido por Washington para hacerlo del resto de las tierras ocupadas. Precisamente, en abril de 2004 Bush declaró que era irreal, dados los hechos consumados, pensar que Israel se retiraría de todos los territorios ocupados[5], tal y como lo exigen las diferentes resoluciones de la ONU que son base de la negociaciones de paz. El discurso estadounidense reforzó la posición israelí al exigir a la ANP, encabezada en ese entonces por Arafat, un cambio de dirigencia como condición para avanzar en las negociaciones[6]. Mientras tanto, otorgaba a Sharon carta blanca para combatir, por un lado, al radicalismo palestino (en particular a Hamas) bajo el pretexto de la “guerra contra el terrorismo” y, por el otro, fortalecer la presencia y el control israelí en Cisjordania y Jerusalén oriental.

La decisión de Sharon para “desconectarse de Gaza” también tuvo efectos en el ámbito interno israelí, sobre todo en lo que se refiere a su popularidad y al crecimiento de una alternativa política generada por los sectores pacifistas de las dos partes. En noviembre de 2003 se dio a conocer la Iniciativa de Ginebra, que incluye un borrador para un acuerdo de paz entre Israel y Palestina. El proyecto, impulsado por parlamentarios de la oposición israelí y funcionarios y legisladores palestinos, así como miembros de organizaciones civiles de ambos lados, ofrece soluciones concretas a asuntos tan sensibles como los refugiados palestinos y Jerusalén. Desde el punto de vista territorial, la iniciativa propone la salida israelí de la totalidad de la franja de Gaza y buena parte de Cisjordania. En el fondo, la Iniciativa de Ginebra lleva como mensaje que, contrario a lo que sostenía (y sigue sosteniendo) el gobierno de Sharon, sí había con quien negociar la paz[7]. El “acuerdo no-oficial” tuvo una buena recepción en la comunidad internacional y la población israelí, contribuyendo en la caída que en ese momento sufría la popularidad de Sharon. A finales de 2003 las encuestas ubicaban la aceptación del primer ministro en tan sólo 34%. Aunada a la perspectiva de un fortalecimiento de la oposición, los índices de popularidad de Sharon eran impactados por al menos dos casos de corrupción que involucraban al primer ministro y sus hijos. En pocas palabras, con el sorprendente anuncio del plan de desconexión Sharon se sacudió la presión de sus críticos tanto en el ámbito interno como en el externo.

Ahora bien, la salida de los colonos judíos y las tropas israelíes de Gaza efectivamente debe ser catalogada como un “hecho histórico” por sí misma, pero los alcances del proyecto son mínimos. Como se ha discutido, la desconexión no buscó resolver el conflicto con los palestinos. Por ejemplo, la escalada de violencia que se registró a finales de septiembre demuestran los límites de la unilateralidad. Errores, irresponsabilidades, falta de tacto, declaraciones y la incapacidad de contención de diversos actores pusieron en evidencia los límites de la salida israelí de Gaza[8]. En este sentido, la falta de una negociación formal no permitió coordinar con la contraparte palestina el desmantelamiento de las colonias judías y la salida del ejército israelí. Esta carencia restó legitimidad a la ANP y fortaleció, en cambio, la posición de Hamas que argumenta que la salida israelí de Gaza fue producto de la lucha armada y el primer paso a la destrucción del Estado judío.

De haberla buscado, una negociación habría permitido retomar el rumbo hacia una solución al conflicto basada en dos Estados independientes. Sin embargo, el movimiento táctico de Sharon no forma parte de una visión conciliatoria. Eso sí, el primer ministro israelí purificó, al menos momentáneamente, su imagen ante la opinión pública internacional y en el terreno de las percepciones el balón pasó del lado palestino. El presidente de la ANP Mahmoud Abbas es ahora presionado para desarmar a las organizaciones radicales y parar el terrorismo, pero su estrategia para hacerlo no es bien recibida por Israel, que lo tacha de “líder débil” y le resta legitimidad como “socio para la paz”. En vez de enfrentarse a Hamas, Abbas busca cooptarlo a través de su participación en las elecciones parlamentarias de enero próximo.

No obstante lo anterior, el hecho es que hoy el ejército y los colonos israelíes están fuera de Gaza y el norte de Cisjordania (aunque Israel mantiene el control en casi todas las fronteras y los espacios aéreo y marítimo). Para la Autoridad Palestina el punto crucial es el futuro económico de Gaza. Abbas podrá legitimar su mandato adquirido en las urnas y exigir el desarme de las organizaciones radicales dependiendo de las posibilidades de generar un desarrollo a corto plazo de la economía palestina. Y para hacerlo, los palestinos requieren, entre otras cosas, del libre tránsito de sus productos agrícolas perecederos, por lo que Israel debe desmantelar las decenas de puntos de inspección militar que obstaculizan el comercio palestino tanto en Gaza como en Cisjordania. Otras necesidades de la economía palestina son el paso que permita conectar estos dos territorios palestinos, la reapertura del aeropuerto y la construcción de un puerto marítimo en Gaza. Estos temas fueron finalmente discutidos a principios de noviembre entre las autoridades de Israel y Palestina. Presionados por la Secretaria de Estado estadounidense Condoleezza Rice, se logró un acuerdo para que la frontera de Gaza con Egipto quedara bajo soberanía palestina. Para responder a las preocupaciones de seguridad israelíes, el paso fronterizo de Rafah será monitoreado por observadores de la Unión Europea. Este avance brindará a los palestinos una relativa libertad de movimiento y podría aliviar en el corto plazo las presiones de índole económico. Además, por primera vez en su historia los palestinos podrán ejercer una suerte de soberanía monitoreada sobre una frontera.

La desconexión de Gaza también tuvo consecuencias en el ámbito interno de Israel. Sharon enfrentó a lo largo del proceso de desconexión una creciente oposición al interior de su propio partido, el Likud. Tanto los rebeldes de su partido como la ultra-derecha israelí y los colonos judíos, otrora aliados naturales de Sharon, lo tacharon de traidor e incluso fue amenazado de muerte. La rebelión puso en peligro su liderazgo a tal grado que el pasado 21 de noviembre el primer ministro en funciones renunció a su partido y solicitó la disolución del parlamento israelí. Ahora Sharon creó una nueva fuerza política con sus aliados con la que busca reelegirse en las elecciones que muy probablemente se realizarán en el primer trimestre de 2006. La formación de un nuevo partido que se augura tendrá el arrastre suficiente para permitir la reelección de Sharon, junto con el surgimiento de un liderazgo renovado en el partido Laborista, ha generado un gran revuelo que podría significar la refundación del sistema partidista israelí.

En conclusión, a pesar de las motivaciones que llevaron a Sharon a “desconectar” a Israel de Gaza, lo cierto es que las condiciones en el terreno de juego han cambiado. En principio, un logro indudable de la decisión unilateral de Sharon es que Israel puede desmantelar asentamientos sin que genere una “guerra civil” entre sus ciudadanos. Sharon finalmente se decidió a hacer lo que sus antecesores laboristas que defendían agendas de paz ni siquiera se atrevieron a proponer: sacar a colonos judíos de tierras palestinas ocupadas. En Cisjordania actualmente hay unos 180 asentamientos donde viven cerca de 400 mil colonos, la mitad de ellos en el área de Jerusalén oriental. Si se aprovecha el momento, se podrán ver en el corto plazo avances en esa dirección, lo que permitiría pensar en una próxima reconciliación entre israelíes y palestinos. Un acuerdo que implicaría la creación de un Estado palestino independiente en Gaza, Cisjordania y Jerusalén oriental como capital. La Iniciativa de Ginebra es una opción que puede convertirse en un modelo práctico para alcanzar un acuerdo final de paz. Este escenario optimista dependerá de muchos factores, entre ellos los resultados de los procesos electorales que se realizarán en enero y marzo en Palestina e Israel, respectivamente. Ambas sociedades tendrán la oportunidad de fortalecer las posiciones moderadas de ambos lados que defienden al diálogo como medio para alcanzar una solución de paz permanente. Sin embargo, está latente el riesgo de que las posiciones extremistas también se fortalezcan en cualquiera de los dos lados. En este caso, sólo podríamos esperar la continuación y el incremento de la violencia. Sin duda, la intervención de la comunidad internacional, (Estados Unidos y la Unión Europea) será vital para presionar a las partes y regenerar la confianza que se requiere para asegurar las condiciones de coexistencia a la que están destinados israelíes y palestinos.

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* Especialista en asuntos del Medio Oriente, columnista de Revista Antena Radio, Horizonte 108 (107.9).




[1] Gaza es una franja territorial de poco más de 360 km2 arrinconada entre Israel, la península del Sinaí (Egipto) y el mar Mediterráneo. Durante la guerra de 1948 fue ocupada por Egipto, la cual administró militarmente hasta que pasó a manos de Israel tras la “Guerra de los Seis Días”. En este minúsculo territorio viven poco más de un millón 300 mil palestinos, 70% de ellos en calidad de refugiados, producto de las guerras de 1948 y 1967. La franja tiene como fronteras 11 kilómetros al Sur con Egipto, 51 kilómetros al Norte y Este con Israel, y 40 kilómetros al Oeste con el mar Mediterráneo. Cisjordania es el territorio de 5,850 km2 que se encuentra entre Jordania e Israel. Tan sólo como referencia, el Distrito Federal de la Ciudad de México tiene un área aproximada de 1,500 kms2.

[3] El 18 de diciembre de 2003 Ariel Sharon hace la primera referencia pública a la “desconexión” de Gaza. Ver http://www.pmo.gov.il/PMOEng/Archive/Speeches/2003/12/Speeches7635.htm.

[4] El Cuarteto esta conformado por Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y la ONU. La Hoja o Mapa de Ruta establece un calendario de logros para avanzar, en tres fases, hacia una solución permanente del conflicto palestino-israelí, que se base en la co-existencia de dos estados. La primera fase está concentrada en crear las condiciones para poner fin al ciclo de violencia. El documento se puede consultar en http://daccessdds.un.org/doc/UNDOC/GEN/N03/348/82/PDF/N0334882.pdf?OpenElement.

[5] Ver carta de George Bush a Ariel Sharon del 14 de abril de 2004 en http://www.pmo.gov.il/PMOEng/Communication/DisengagemePlan/bush140404.htm.

[6] Tras el fracaso de la Cumbre de Campo David de agosto de 2000, el discurso oficial israelí se centró en desconocer a Yasser Arafat como “socio para la paz”. Con Sharon al frente, Arafat pasó a ser “un obstáculo para la paz”, por lo que en diversas ocasiones se sugirió “removerlo” de los territorios palestinos.

[7] El Acuerdo de Ginebra se puede consultar en http://www.geneva-accord.org.

[8] El jueves 22 de septiembre tropas israelíes emboscaron a tres miembros de Jihad Islámica en Tulkarem, en Cisjordania, lo cual provocó la reacción de la organización que atacó desde Gaza territorio israelí con una serie de morteros. Al día siguiente, 10 mil militantes de Hamas se manifestaron armados en el campo de refugiados de Jabalia en una demostración de fuerza. En el evento estalló un camión cargado de explosivos matando a más de 20 palestinos e hiriendo a otros 140. La explosión fue causada por la torpeza en el manejo de las armas, como revelaron posteriormente las investigaciones de la ANP. Lejos de aceptar su error, el liderazgo de Hamas culpó a los israelíes de lo ocurrido. Acto seguido, radicales palestinos atacaron poblados al sur de Israel con unos 40 proyectiles caseros (Qassam). En represalia, el gobierno de Sharon puso en marcha la operación “Primera Lluvia” y reinició los asesinatos selectivos de presuntos terroristas palestinos.

jueves, 7 de junio de 2007

El pacto de Ginebra entre israelíes y palestinos - 29/11/2003

El pacto de Ginebra entre israelíes y palestinos
publicado el 29 de noviembre de 2003 en el periódico Milenio Diario de la Ciudad de México.


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El pacto de Ginebra entre israelíes y palestinos
José Hamra Sassón

El 4 de noviembre se cumplieron ocho años del asesinato de Itzjak Rabin, el primer ministro israelí que inició, junto con Shimon Peres, negociaciones de paz con Yaser Arafat y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Para los sectores más radicales de Israel y Palestina, los Acuerdos de Oslo significaron una traición. En el mejor de los casos, un error imperdonable.
Discutibles, estos acuerdos fueron fundamentales para el reconocimiento mutuo entre israelíes y palestinos. El llamado Espíritu de Oslo abrió la posibilidad de hallar la solución a un conflicto que no implicara la destrucción de alguna de las partes. En su lugar, el camino que se trazó establecía la interacción entre ambas sociedades para generar confianza mutua y vencer temores e ignorancia. Pero Oslo fracasó porque acabó siendo rehén de la intransigencia de los sectores más radicales en Israel y Palestina. El resultado han sido los tres años de violencia que han generado un desolado presente y un futuro cada vez más incierto en Medio Oriente.
Es en este contexto que sale a la luz el Acuerdo de Ginebra, iniciativa encabezada por miembros de la izquierda israelí (donde destacan Yossi Beilin, uno de los artífices de Oslo, y el laborista Abraham Burg) y funcionarios palestinos (entre ellos el ex ministro Yaser Abed Rabo y legisladores miembros de Al Fatah). El proyecto rescata ideas que se presentaron antes en Oslo, la iniciativa de Clinton de diciembre de 2000 y la “hoja de ruta”. Entre ellas, afirma que la lógica de paz requiere de un compromiso y que la única solución viable al conflicto israelí–palestino es el establecimiento de dos Estados. Así, retoma las resoluciones 242 y 338 de la ONU como base de negociación. Pero a diferencia de otros planes, el Acuerdo de Ginebra, nombrado así en honor a la mediación de Suiza, define claramente cuáles son los objetivos y determina los principios de un cronograma y mecanismos para su aplicación. También reconoce la necesidad de una participación directa de la comunidad internacional en el proceso.
El documento, que será presentado oficialmente el lunes, establece el retiro de las tropas de Israel de la totalidad de Gaza y buena parte de Cisjordania (a cambio de una compensación territorial) y el desmantelamiento de los asentamientos judíos en territorio palestino. Aborda temas tan sensibles como Jerusalén, que sería capital de los dos Estados y donde ambas partes tendrían soberanía política sobre los lugares santos. En materia de seguridad, precisa un Estado palestino desmilitarizado, pero con fuerzas de seguridad y exhorta a la desmilitarización de la región (incluyendo armas de destrucción masiva). Las partes condenan el terrorismo y convocan a una fuerza multinacional para garantizar la seguridad de las dos entidades independientes.
También ofrece una solución al problema de los refugiados palestinos. Se enumeran varias opciones que permitirían a los cuatro millones de refugiados palestinos elegir un lugar definitivo de residencia: (i) El futuro Estado de Palestina; (ii) terceros países (como Canadá), (iii) el Estado de Israel para casos humanitarios o de reunificación familiar y; (iv) los actuales países de residencia.
El proyecto vislumbra una serie de compensaciones económicas y una comisión internacional de monitoreo. Implícitamente, los palestinos renunciarían a su reclamo al “derecho al retorno” a sus antiguos hogares en lo que es hoy territorio israelí. A la vez, Israel sería reconocido como el Estado del pueblo judío.
Ariel Sharon y su gabinete han tachado esta iniciativa de traicionera y peligrosa. Pero su rechazo y la debilidad del acuerdo son a la vez su mayor fortaleza: establecen una opción al presente. Con ella comienza la revitalización de las posiciones moderadas que ven en el compromiso la pacificación del conflicto palestino–israelí. Siendo perfectible, el Acuerdo de Ginebra demuestra que sí existen interlocutores para negociar la paz.

http://www.milenio.com/mexico/milenio/notaanterior.asp?id=199803

domingo, 3 de junio de 2007

Israel Frente al Espejo - 05/04/2002

El 5 de abril de 2002 salió publicado en el periódico Reforma "Israel Frente al Espejo". El artículo marcó un antes y un después en mi vida profesional (como periodista y analista sobre asuntos del Medio Oriente) y personal (como judío y mexicano frente a la Comunidad Judía de México). Y fue un parteaguas porque al hacer público mi rechazo a la política oficial del gobierno de Israel hacia los palestinos (en ese entonces encabezado por Ariel Sharon) recibí una serie de críticas desde el interior del marco comunitario ya que "alimentaba el antisemitismo con mi postura anti-israelí". Desde ese entonces, los dedos flagelantes (reales e imaginarios) no dejan de resaltar lo que etiquetan como postura "pro-palestina" y hasta "anti-judía". Eso sí, la crítica por lo general fue indirecta. Pocos de los muchos que rechazaron en ese entonces el escrito se atrevieron a abrir un diálogo sobre el tema. Yo tampoco lo hice, creo por estar emocionalmente agotado. En contraparte, amigos no-judíos me felicitaron por la "objetividad" de mi artículo. De una u otra forma, este episodio acabo limitándome, víctima de una paranoia que en buena medida me ha dejado en paz. Lamento lo anterior cuando la intención de mis artículos es clara: favorezco un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos, basado en dos Estados independientes, con Jerusalén como capital compartida. La co-existencia es fundamental para que esta solución, la menos injusta, pueda concretarse.

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Israel frente al espejo
Por
José Hamra Sassón*
Análisis
Es una vergüenza que el actual Gobierno de Israel no logre ver su reflejo en el espejo. Es una pena también que Ariel Sharon no tenga nada que aprender de la historia y que el móvil de sus acciones sea la lucha en términos personales que mantiene con Yasser Arafat. No por nada se ha arrepentido públicamente en más de una ocasión por no haber liquidado al líder palestino cuando hace 20 años lo tuvo a salto de mata en Beirut.
Aunque no fue la primera vez, fue precisamente durante la guerra del Líbano que el Ministro de Defensa Sharon tuvo la oportunidad de usar la fuerza y los engaños para imponer condiciones supuestamente favorables a Israel. Entre sus motivaciones principales estaba acabar con la influencia que Arafat ejercía desde Beirut entre la población palestina de Gaza y Cisjordania. Eliminando en ese entonces a Arafat, Sharon supuso que manipularía a favor de su proyecto integrista el devenir de los territorios palestinos ocupados en 1967.
Sin embargo, su aventura por El Líbano trajo como corolario la carnicería de Sabra y Shatila, el surgimiento de nuevos enemigos de Israel -como el Hizbollah-, una desmoralizante ocupación del sur libanés, la división de la sociedad israelí y una primera Intifada en la que la población palestina en los territorios ocupados cobró conciencia de sí misma como sociedad que aspira a su independencia.
Hoy Sharon se aferra a la idea de seguir imponiendo condiciones a los vecinos de Israel mediante el uso de la fuerza. Ignorante del mundo árabe, ignorante, incluso, de su propia historia, el Premier israelí aún piensa que a través de una poderosa maquinaria bélica brindará "paz y seguridad" a sus gobernados.
Lo cierto es que Sharon carece de una visión clara sobre un acuerdo de paz con Palestina. De hecho, no le interesa en los términos del compromiso y justicia, por lo que ha buscado el efecto contrario. Sin medir consecuencias, embarcó a la sociedad israelí en una política represora del pueblo palestino con el fin de reestablecer su caduca concepción del Medio Oriente.
Y en este sentido, Sharon también tiene antecedentes. En 1980, cuando fue Ministro de Agricultura, impulsó directamente un plan de colonización de los territorios ocupados con el fin de asegurar que Cisjordania se convirtiera en un "escudo de seguridad permanente" frente al mundo árabe.
Más de dos décadas después, y sin importar que el Medio Oriente cambió desde entonces (además del acuerdo de paz con Egipto, se firmó uno con Jordania, con Palestina se habían asentado las bases para otro definitivo y apenas la semana pasada la Liga Arabe aprobó la Declaración de Beirut que vislumbraba que la normalización con Israel es posible), el Estado de Israel es rehén de unos 300 mil colonos integristas judíos y de la fragilidad de un sistema político que ha paralizado y disminuido a las fuerzas progresistas de Israel.
En los últimos años, la alianza de Sharon con el movimiento nacional-religioso judío, que busca "redimir" a cualquier precio los territorios palestinos, le permitió mover las piezas del tablero a su favor, destruyendo la posibilidad de retomar las negociaciones con Palestina.Negociaciones que implicaban la independencia de un Estado palestino en Gaza y Cisjordania con una capital compartida en Jerusalén. Negociaciones que, a final de cuentas, ponían en riesgo las ambiciones territoriales de la ultraderecha y la vigencia ideológica del extremismo judeo-israelí.
De ahí la lógica del uso de la fuerza y no de la mesura que han caracterizado a Sharon en discurso y acción desde que hizo acto de presencia en la Explanada de las Mezquitas/Monte del Templo.
Ya en el poder, paulatinamente socavó lo poco que quedaba del proceso de Oslo: el reconocimiento mutuo, precisamente el fundamento de lo que pudo ser una reconciliación histórica. Si bien es cierto que la Autoridad Nacional Palestina se ha caracterizado por ser autocrática, corrupta e incapaz de atender las necesidades del pueblo palestino, también es cierto que el asedio constante a Yasser Arafat sirvió para minar su autoridad frente al integrismo palestino que no desaprovechó la oportunidad para realizar ataques terroristas, y así poner de su parte en la destrucción del proceso de paz. En otras palabras, los radicales de ambas partes unieron esfuerzos para cumplir con su objetivo: acabar, por ahora, con las posibilidades de un compromiso de paz y coexistencia.
El círculo de violencia se mantendrá en la medida que Sharon y su gris coalición mantengan los injustificables castigos colectivos como respuesta a los también injustificables ataques de los terroristas palestinos contra civiles israelíes.En esa medida se fortalecerá el extremismo palestino y se dividirá la sociedad israelí (aunque tímidamente, hace unos meses empezaron a resurgir las voces en Israel que se oponen a represión de la población palestina).Y como es de suponer tras la ola de atentados de los últimos días, la "guerra contra el terrorismo" de Ariel Sharon está condenada al fracaso, aunque termine por destruir a la ANP.
En estos días, los judíos celebramos Pésaj, la festividad que recuerda el éxodo de Egipto. Es la fiesta de la libertad del pueblo judío. Libertad inalcanzable cuando precisamente se le niega esa opción a su vecino.Y es que la lucha por la libertad del pueblo palestino es la lucha por la libertad del pueblo judío.
Pero para entenderlo, primero hay que ver al otro en el espejo. Reconocerlo y aceptarlo, cosa que el Israel de Sharon es incapaz de hacer. Muy por el contrario, se ha encargado de envilecerlo, denigrarlo y humillarlo.
Y así se comporta Sharon, como el Faraón de la historia bíblica: terco y soberbio se niega a ver el sufrimiento del otro pueblo que exige vivir en libertad. Y como al Faraón, los atentados terroristas, plagas del siglo XXI, seguirán recayendo sobre su propia nación mientras persista su arrogante visión del Medio Oriente. Sharon es el Faraón prepotente que hace oídos sordos al reclamo de libertad del pueblo al que reprime y que supone tener la fuerza suficiente para no perder el control ante las plagas que castigan al suyo.
¿Tendremos que esperar a que los gobernantes de Israel se enfrenten al ángel de la muerte y sea demasiado tarde para tomar una decisión que finalmente tendrán que tomar? Todo dependerá de qué tan pronto se desempañen los lentes del mundo judío para que Israel se pueda ver reflejado en el espejo palestino.

* Director de Noticias de Canal Once, tiene una maestría en Ciencia Política por la Universidad de McGill.

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